miércoles, 23 de agosto de 2017

LA LLEGADA DEL MATRIMONIO SCHULER-MÜLLER A LA ARGENTINA


LA LLEGADA DEL MATRIMONIO SCHULER-MÜLLER A LA ARGENTINA
Cuando Sophia Müller y Alexander Schuler iban viajando desde Rusia hacia Argentina -probablemente cuando se hallaban en alta mar-, se cumplían 149 años de la proclamación abierta de inmigración para germanos cristianos que desearan vivir en el Imperio Ruso, que Catalina II de Rusia (ella misma una germana de Rusia, nacida en Stettin, ahora Szczecin en Polonia) hiciera el 22 de julio de 1763.
Alexander Schuler y Sophia Müller
Cuando Sophia y Alexander salieron desde Rusia hacia Argentina, quedaban atrás cinco generaciones vividas en Rusia, desde que los abuelos germanos dejaran su lugar de nacimiento para ir a poblar el bajo Volga, sirviendo de carne de cañón a las ambiciones expansionistas de Catalina la Grande, que durante su reinado amplió las fronteras del Imperio ruso hacia el sur y hacia el oeste, utilizando la necesidad de tierras para cultivar que tenían los recién llegados para quitarles la tierra a los kirguizios y a los kalmucos, quienes no hicieron otra cosa que defenderlas de quienes venían a apropiárselas.
Cuando Sophia y Alexander decidieron dejar Rusia, habían pasado 34 años desde que el primer contingente de germanos del Volga había partido para probar suerte en Argentina.
Sophia era hija de Barbara Holzmann y Andrés Müller, en tanto que Alexander llevaba el nombre de su padre Schuler y su madre era Amalia Hermann.
Alexander había nacido en una aldea que al fundarse se llamara Pfannenstiel y después se la rebautizara como Marienthal (Valle María), donde su padre se dedicaba a la agricultura; este, por problemas de herencia con su hermano menor, se mudó a Saratov, donde trabajó en un molino harinero, ocupación en la que más tarde también trabajaría su hijo. Poco antes de casarse Alexander con Sophia, tuvo un accidente laboral: la mano fue atrapada por los engranajes, quedándole inutilizado el dedo índice. Por este accidente cobró un seguro que le permitió pagar el pasaje a Argentina para él y su esposa, quien se encontraba embarazada de su primer hijo.
Andrés, el padre de Sophia, también trabajaba en un molino harinero, haciendo honor a su apellido, que en alemán significa molinero. Sophia nació en Wesofka y teniendo pocos años quedó huérfana de madre, siendo llevada por su hermana mayor a Saratov; trabajando para ayudar a la economía del hogar, consiguió ahorrar un dinero con el cual compró una máquina de coser, la cual dejó en Rusia al emigrar a la Argentina, pensando en el retorno a su Patria natal, para utilizarla nuevamente. El hijo mayor del matrimonio, Juan Schuler, lo relata de este modo:
Era por el año 1912, la fiebre de emigrar se había apoderado nuevamente como en años anteriores a los alemanes del Volga (Rusia). El grito ‘a América’ resonaba en muchas partes. América era en aquellos tiempos una palabra mágica, la tierra bendita ‘que mana leche y miel’”.
Esa fiebre de oro se apoderó también a mis padres. Eran joven y recién casados, se hacían grandes ilusiones; querían ir también a América, enriquecerse y volver a su patria y vivir tranquilos. Su destino era América, pero sin ningún brillo, solamente les era permitido llevar su nombre al nuevo mundo y nada más.
Pero eran joven, con entusiasmo y lleno de esperanza se prepararon para el largo viaje. No se iban para siempre, solo sería un pequeño viaje de placer”.
El 24 de junio de 1912 (según el calendario juliano vigente en Rusia) o 7 de julio de 1912 según el calendario gregoriano, se despidieron de la familia y emprendieron el viaje a América. Desde Saratov viajaron dos mil kilómetros en tren a Liepāja (Libau, en alemán), un puerto al oeste de Letonia, en el mar Báltico. Desde allí viajaron en un pequeño barco a Londres, atravesando por el Mar Báltico y el Mar del Norte una distancia similar a la anteriormente recorrida. Luego de esperar ocho días en Londres, embarcaron en el vapor de carga y pasajeros Affón (o Avón), que había partido del puerto de Cherburgo (Francia) y que luego de recorrer once mil kilómetros, los dejó en el puerto de Buenos Aires el 23 de agosto de 1912, desembarcando al día siguiente, cuarenta y nueve días después de dejar Saratov.
Luego de permanecer unos días en el Hotel de Inmigrantes, embarcaron nuevamente y por el río Uruguay llegaron a su destino entrerriano, desembarcando en Concepción del Uruguay y viajando en tren a Crespo, que era el final del viaje. Allí comenzaba una nueva vida, llena de privaciones, pero con la esperanza porfiada de construir una vida mejor que la que tenían en Rusia, una vida mejor para ellos y para el hijo que se iba gestando durante el viaje.
Lo que pensaron que iba a ser un viaje de placer se convirtió en un viaje sin retorno: la gran guerra, las revoluciones rusas, la situación económica que atravesaba el campesinado argentino, hicieron que fuera una realidad la advertencia que los rusos les hacían: “Ustedes quieren ir a donde están los grandes rublos; no son allá más grandes que acá”.
Gerardo Roberto Martínez
Presidencia de la Plaza (Chaco); 23 de agosto de 2017